Desde hace varios años
se habla en EE.UU. de una burbuja financiera universitaria que ha venido endeudando
a la clase media americana hasta alcanzar un 7.3% del PIB, sólo superada por
los créditos hipotecarios. Mientras entre 1971 y 2019 el ingreso familiar
promedio americano creció 28%, las matrículas lo hicieron en un 145%, en buena
parte estimulado por el ingreso de estudiantes extranjeros pagaron US$45.000
millones anuales.
Situaciones similares
han vivido otros países receptores de estudiantes extranjeros como Reino Unido,
Australia y algunos de la UE. La explicación general de este fenómeno, aunque
existen raíces más complejas, es el surgimiento de una gran clase media en el
mundo que ha estado dispuesta a pagar altas tasas de matrícula por el retorno
que representa un título de una universidad prestigiosa, una red social amplia
y poderosa y un segundo idioma.
Pero la pandemia del
COVID 19 ha puesto fin a esta burbuja y afecta no sólo a la élite de las
universidades internacionales, sino a todas, en especial las de países con
sistemas privados de educación que verán afectada su matrícula. EDMIT, una firma de consultoría universitaria, evaluó a 927 universidades privadas del Reino Unido, encontrando que 345 de ellas (más de 1/3), tendría una salud financiera baja, entendida como quedarse sin recursos para funcionar en los próximos 6 años.
Frente a la pregunta de
quienes soportarán mejor esta situación, la respuesta, como siempre, es que serán
las más fuertes, pero a condición de que tengan la capacidad de adaptarse a
esta nueva realidad. En Colombia, preocupa que algunas de las universidades
importantes estén optando por permanecer inmóviles y también aquellas que
tienen un alto endeudamiento por grandes inversiones en años recientes en
procesos de alta calidad o en infraestructura (Según la revista DINERO, para el
mes de enero de 2019 se calculaba en 5 billones de pesos, sólo en
infraestructura).
Las universidades públicas, en todo caso, deben ser conscientes que los recursos de los Estados estarán dirigidos a fortalecer sus sistemas de salud y a generar nuevos empleos.
La solución tampoco son
los cantos de sirena de la virtualidad, más allá de atender parcialmente la
coyuntura actual. La presencialidad, así no sepamos como sea en el futuro, continuará
siendo de preferencia para los estudiantes y las familias buscarán poder pagar
por ella.
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