A raíz del escándalo suscitado con la
denuncia instaurada contra el Presidente de la Corte Constitucional, por un
presunto delito de cohecho, que habrá de ser el suceso más notorio dentro de la
cadena de titulares de prensa de jueces y abogados, viene bien decir una verdad
de a puño: el problema no es el sistema de justicia, sino los juristas que la
operan.
De acuerdo al Sistema Nacional de Información
de la Educación Superior - SNIES - en Colombia hay 248 programas de derecho
registrados, de los cuales se encuentran activos 179. La cifra es alta si se
tiene en cuenta que en toda Alemania hay solamente 44 universidades en los que
se puede estudiar derecho - casi los mismos que hay en Bogotá -, en España hay
73 y en Canadá solamente 21.
La carrera de derecho es una de las más
demandadas en Colombia, pero mantiene un índice de deserción del 44.6%, muy
similar al referente nacional. Por su parte, los valores de matrícula tienen
diferencias abismales para el año 2014, según datos del Observatorio de la
Universidad Colombiana: de $13.144.000 la mayor a $1.316.932 la menor.
Según un estudio del Centro de Estudios de
Justicia de las Américas (2011), en Colombia hay un promedio de abogados por
cada 100.000 habitantes de 354.4, el cual es uno de los más altos del mundo.
Ese mismo informe reporta que la tasa en Rusia es de 43.9 y en Suecia de 49.4.
Estos son los datos reales de una profesión
que necesita reinventarse en profundidad y que debe hacerlo de forma urgente.
Las muchas reformas que se han dado en Colombia exigen a los abogados una nueva
forma de trabajo, una actualización permanente y el desarrollo de capacidades y
habilidades para las que no siempre los preparan en las facultades de derecho.
Tal es el caso del manejo de los juicios
orales o de los métodos alternativos de solución de conflictos, o de nuevas
ramas especializadas como el derecho energético, de telecomunicaciones, del
medio ambiente, de comercio internacional, de propiedad intelectual, por citar
algunas, que son necesarias para desempeñarse en el mundo de hoy.
Pero el mayor reto en la formación de
estudiantes, es que puedan seguir haciéndolo de por vida, y ofrecer
herramientas que los capaciten para hacer su trabajo con calidad y ética. La
acreditación de calidad de programas de derecho como condición para la formación de jueces,
así como el papel certificador de colegios de abogados, sin duda contribuiría a
recobrar la confianza en la justicia.
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