“Que sea maldito de día y maldito de
noche, maldito cuando se acueste y cuando se levante, maldito cuando salga y
cuando entre, que Dios no lo perdone, que su cólera y su fervor se inflamen
contra este hombre y traigan sobre él todas las maldiciones escritas en el
libro de la ley”. Con este gesto los rabinos expulsaron de la sinagoga a un
miembro de la comunidad judía de Amsterdam. Y poco después de la muerte de ese
“maldito”, apareció en su sepulcro este epitafio: “Escupe sobre esta tumba:
aquí yace Spinoza”. Este hombre de reputación atea, acosado durante su vida por
calvinistas, judíos, teólogos católicos y “algunos estúpidos cartesianos”.
Luego sería alabado, entre otros, por Goethe, Hegel, Feuerbach, Freud, Rusell y
Einstein. Materialista moderno, sostuvo que el hombre es parte de la
naturaleza, que en los humanos hay más cosas comunes que diferentes y que
nociones como el azar y el libre albedrío o la voluntad divina son producto de
nuestra ignorancia. Negó que la naturaleza persiguiera finalidad alguna.
Anticipó ideas como que el pensamiento es resultado de la actividad cerebral y
que la vida social la que nos hace inteligentes.
Confinó los conceptos de bueno
y malo en el ámbito de los valores personales y desechó el arrepentimiento, el
miedo y la esperanza. Políticamente, Spinoza nos previno contra los lideres
carismáticos y se pronunció a favor de la democracia, la tolerancia y la
libertad de expresión.
Tísico desde los 20 años y alegre, recomendó los
placeres y pensó que la felicidad dependía de un conocimiento adecuado, es
decir, que para pasarlo bien es necesario pensar bien. Nacido en Amsterdam en
1632, Spinoza murió el 21 de febrero de 1677, solo, sin la presencia de amigos
ni familiares, únicamente asistido por un médico.
Baste mencionar esta cita de su Tratado Político: “Los
hombres, en efecto, no nacen civilizados, sino que se hacen. Además, los
afectos naturales de los hombres son los mismos por doquier. De ahí que, si en
una sociedad impera más la malicia y se cometen más pecados que en otra, no
cabe duda que ello proviene de que dicha sociedad no ha velado debidamente por
la concordia ni ha instituido con prudencia suficiente sus derechos”.
(Selección extraída de la edición publicada por
Alianza Editorial. Florencio Jiménez Burillo)
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